jueves, 21 de agosto de 2008

Aquel reloj de plástico negro.

Hoy en día somos incapaces de pasar un dia sin controlar el tiempo. Y es que nos hace falta saber la hora que és para levantarnos, para empezar a comer, para pensar en irnos a la cama o saber si empieza la serie de moda.

Así pues, el reloj es un objeto importante en nuestras vidas y para los que corremos aún es más.

De todos los relojes que he tenido, hay uno que no olvidaré fácilmente, y no precisamente por los buenos recuerdos que me trae.

La primera vez que lo ví, allí estaba, haciéndose el interesante, en la estantería del DECATHLON. Con ese diseño tan moderno y funcional, y con ese irresistible precio. No pude resistirme y lo compré.

Al principio fue todo muy bonito, como una historia de amor. Creo que nos gustamos mútuamente, desde el primer momento en que nos vimos.

Vale que era todo negro y que no tenía muchas funciones –un simple cronómetro y una discreta alarma-, pero yo soy bastante facilón y me fijo en otras cosas.

Sus dígitos eran grandes y ligeramente curvados que le daban un toque atractivo. Además, tenía esa lucecita de fondo tan sexy…

Lo llevaba puesto a todos los sitios, e incluso lo llevaba antes que algún pulsómetro en etrenamientos y carreras. Hasta lo llevé subiendo a Les Senilleres.

Allí estaba, siempre en mi muñeca izquierda. Ese pequeño cabrón de plástico negro.

Pero como en todas las relaciones de pareja, empezaron a surgir los primeros roces. Por cosas que os pueden parecer tonterías, pero en realidad si empiezas a juntarlas todas…

Para empezar, era muy sensible de botones y el simple hecho de bajarte una manga, era suficiente para que cambiara de modo o se pusiera o en marcha el cronómetro. O esa manía de funcionar al revés de los CASIO – cuando querías parar el crono, se ponía en “split” el jodío -.

Y cuando empecé a ver que yo no era el único que tenía ese modelo, creo que empezó a darme mal rollo nuestra relación. Pero miraba la hora y ahí estaba él. Cuando abría los ojos por la mañana, en el trabajo, corriendo en la montaña, remando en la piragua,…

Llegaba el fin de semana y me lo quitaba, pero era abrir los ojos un lunes, y ahí estaba de nuevo en mi muñeca, informándome que me quedaban sólo cinco minutos para levantarme. "Qué ganas tengo de que sea fin de semana y te deje en el cajón" – pensaba yo -.

Esta relación tenía que acabar. Lo que antes era amor, ahora era odio. Así que decidimos mutuamente seguir sólo como amigos y emprender caminos separados. Él acabó en un estante con otros de mis viejos relojes. Yo, de momento, sigo bien.

miércoles, 30 de julio de 2008

Aquí una Llebre

Hace un par de años no quería saber nada sobre esto de correr. Me parecía algo aburrido, monótono y nada atrayente. Pero hoy por hoy creo que los momentos que más estoy disfrutando son los que me convierto en la Llebre de Les Senilleres.

No sé exactamente como empecé con esto. Supongo que hay veces que necesitas que alguien o algo te rescate de una depresión, de una situación que te agobia o del simple aburrimiento. Y te aferras a lo primero que se cruza por delante.

Así, lo primero que se me puso por delante fueron un Cabronet y un Sarvatxo. Y cuando me llevaron a correr por esas cortas e intensas sendas de montaña, creí estar dando saltos, igual que una liebre se mueve por esos lugares.
Me sentí genial pisando y pasando por tierra, piedras, arcillas o raices de algún arbol o arbusto. Cuando regresé a casa, deseé que aquello no hubiera terminado y las fuerzas me hubieran acompañado durante más tiempo.

Con el tiempo llegaron las primeras carreras populares y de montaña. Y me ví corriendo, subiendo, bajando, sufriendo, disfrutando, riendo y por poco llorando. Por bonitas calles, y otras bastante menos. Por increíbles sendas y por temibles subidas y bajadas de piedra. Corriendo entre multitudes y también solo por el bosque mediterráneo.

Y poco a poco, vas descubriendo que hay algo que te atrae de esto y no estás solo. Porque sueles ver muchas caras que te son familiares con el tiempo. Te los vas encontrando en todos los pueblecillos donde hay una carrera y te alegra saber que ahí están.

Este mundillo es como una fiesta o un circo itinerante que cada fin de semana se traslada. Y allí acuden puntuales los elefantes, los domadores, los leones, los trapecistas y los payasos.

Con todo esto y la idea de salir a devorar distancias con la unica ayuda de unas zapatillas, nació Les Senilleres y la Llebre, que es quien escribe estas líneas.